Muerte

"¡Lo nuestro es amor eterno, mi Héctor Manuelito!" (Silvia Prado Loayza)
LA PARTIDA DE SILVIA A LA ETERNIDAD
Por: Héctor Manuel Guerrero Espinoza - http://hegueresp.blogspot.com


El último día que nos vimos Silvia y yo
Mi relación con Silvia me parecía un hermoso sueño del cual no temía yo despertar, pues sabía yo que era una hermosa realidad. Pero en las últimas semanas de su vida, sentí ese temor.
Durante el año 2011 animé a Silvia a entrar en la tecnología musical y ella adquirió un gran interés por ello y un entusiasmo por los home studios, así que durante un mes juntó su platita.
El 24 de diciembre mi familia y yo comimos la cena de Navidad; Silvia la pasó igualmente con sus padres, su hermano Andrés, la novia de él Rosamar Corcuera y su hijo Nicolás.
El 25 de diciembre fui por la tarde a su casa y la pasamos juntos, pero como se me hizo muy tarde para regresar a mi casa, ya que los buses dejan de circular a las 10:30 p.m., decidí dormir en su casa, y de paso planificamos comprar el teclado controlador MIDI al día siguiente.
El 26 de diciembre acompañé a Silvia al centro de Lima y le orienté en la adquisición de un teclado MIDI. Por la tarde lo conecté a su PC, lo probé y configuré. En la noche, víspera de su muerte, la pasamos escuchando música electrónica en YouTube. Silvia probó el teclado MIDI con los sintetizadores virtuales; estaba entusiasmadísima, rebosante de júbilo por esta adquisición, y yo también sentía lo mismo, una felicidad muy intensa de que mi Silvia Marcelita por fin haya logrado su anhelo y el mío de tener ella su propio home studio propio en su Casa-Taller "Lima Vive"; era tanta mi alegría que me parecía un sueño, algo demasiado hermoso para creer que sea realidad.
Fue por eso cuando de pronto me invadió una extraña tristeza y un temor de perderla, sentimientos que se acentuaron cuando poco después, durante algunos minutos, Silvia improvisó con su nuevo teclado MIDI unas armonías muy tristes, de las cuales me dijo con gran dulzura: "Esto que estoy tocando te lo dedico a ti con todo mi amor, mi Héctor Manuelito". ¡Cómo no me percaté de que esa música melancólica y triste era un prolegómeno de que su vida estaba en peligro y que podría morir al día siguiente si yo no la cuidaba! De haberlo sabido, yo habría redoblado mis cuidados para que su deceso no ocurra.
A las 9:30 p.m. su buena madre me dijo que tenga yo cuidado de que no se me haga tarde nuevamente, así que teníamos una hora de tiempo más de estar juntos. Luego me despedí sin saber que sería la última vez que lo haríamos. Silvia, en broma, me propuso acompañarme a mi casa; no era la primera vez que me lo proponía, ya lo había hecho otras veces; yo le dije:
-Y mañana, Pochita, volverás a tu casa, es mucho trajín para ti, mejor no, mi amor, ya habrá tiempo.
Así que nos despedimos muy felices quedando en ver qué planear para pasar el fin de año juntos, sin imaginar que esta despedida sería la última.
Esperé una hora en el paradero, pues los buses que van por mi casa ya no pasaban. En vista de ello, por un momento se me ocurrió regresar a la casa de Silvia para pernoctar otra vez, pero pensé que les iba a causar molestias y por ello desistí de esa idea que le habría salvado la vida a mi amada, seguí esperando y a las 11 p.m., para mi perdición, pasó un bus que iba en ruta por mi casa y lo abordé. Un error fatal de mi parte que le costó la vida a mi Silvia. Más me hubiera valido dar media vuelta, regresar a la casa de Silvia y dormir en ella, así no le habría pasado nada al día siguiente.


La muerte de Silvia
El día siguiente, 27 de diciembre, lo pasé tranquilo y contento, felicitándome por haber logrado uno de los más grandes anhelos de mi vida para con Silvia: que adquiera un teclado MIDI, pues con ello se abrieron las puertas de su ingreso al mundo de la música electrónica y los home studios que yo siempre quise compartir con ella y con lo cual estaba muy entusiasmada.
Estaba yo preparando todas mis cosas a fin de depurarlas juntando el papelerío de desechos del año para quemarlos el fin de año, el cual planeaba yo pasarlo en compañía de mi Silvia. Pero mi tranquilidad llegó a su fin cuando a las 5 p.m. recibí la llamada telefónica de la mamá de Silvia, que contestó mi mamá:
-Por favor, con el joven Héctor, de parte de Silvia Loayza.
Pensé que me llamaba para preguntarme sobre cómo encender y utilizar el teclado MIDI, pero al tomar yo el teléfono me habló con un tono de voz muy angustiado que me sobresaltó.
-Héctor, nos ha sucedido una desgracia terrible -dijo Silvia madre.
-¿Qué pasó, señora? -pregunté asustado, sin siquiera imaginarme lo sucedido.
-Silvia Marcela... fuimos a la playa... y le dio un paro cardíaco... por hipotermia -dijo la madre, llorando.
El terror y la desesperación se apoderaron de mí y también de mis padres que estaban presentes, cuando me oyeron exclamar con la voz alterada:
-¡¿SILVIA MUERTA?!... ¡Oh, no, no... no puede ser! ¡Dios mío!
Lo peor, lo que ni siquiera había yo sospechado, fue lo que había ocurrido. Silvia había muerto de un segundo a otro cuando nadaba muy feliz en el mar. No podíamos creerlo. Era como si estuviéramos viviendo una horrible pesadilla, pero lo peor era que se trataba de una espantosa realidad: mi adorada Silvia había muerto. Lloramos todos, pues mi familia había sabido querer a Silvia, aún apenas conociéndola, a pesar de que casi no la habían tratado y aunque nunca la vieron tocar el piano.
Silvia murió súbitamente, cuando más felices éramos ella y yo; en el último mes varias veces había yo dormido en su casa porque se me hacía muy tarde para regresar a la mía, gracias a la hospitalidad de ella y su familia. Cuando la pasaba yo en su casa, yo les ayudaba con las computadoras. Incluso, a iniciativa mía, se hizo un cambio favorable de la ubicación de la computadora de Silvia, de lo que estaba en un rincón de su casa-taller musical a una ubicación céntrica de la misma, cambiando de ubicación los muebles y el cable de red. Y lo más reciente, el día anterior a su muerte Silvia había comprado su teclado MIDI, con mi asistencia técnica.


Silvia, habiendo dado el paso al Más Allá, ve con horror y pesar su propia muerte y el dolor de su familia. Su papá besa con cariño su carita que todavía lleva puestos los anteojos de buzo.

Mi adorada Silvia murió en su ley, feliz, nadando en el mar y sin dolor, pues lo que tuvo fue un paro cardíaco (y no ahogamiento, como dijo equivocadamente la prensa). Debido a que su precioso cuerpo estaba mal alimentado, el indudable esfuerzo físico que ella hizo al nadar fue más de lo que su corazón pudo soportar. En medio de lo que estaba haciendo lo que era su otra pasión, la natación, su corazoncito que tanto me había amado cesó de latir, y así fue cómo Silvia dejó su cuerpecito inerte en el mar y su almita blanca voló al cielo. Pero aún así, los que sentimos el dolor somos nosotros, sus familiares, amigos y yo. Yo, su novio Héctor Manuelito como ella me llamaba, ni siquiera estuve presente cuando la muerte la sorprendió.

El sepelio de Silvia
Al día siguiente, 28 de diciembre, Andrés Prado me notificó por teléfono que el sepelio iba a ser a las 4 p.m. en el Cementerio Municipal de Chorrillos. Había que ir a las 3 p.m., pero antes llevar los arreglos florales, así que mi hermano Mario y yo partimos a las florerías funerarias que están cerca al Estadio Nacional; de allí las hice trasladar a la casa de Silvia.
En la puerta estaba el papá de Silvia, Dr. Raimundo Prado y su hermana María; les di el pésame, y después a la mamá Silvia Loayza; al abrazarla, inconsolable, no pude reprimir las lágrimas, lo mismo que al dar el pésame al hermano de Silvia, Andrés. En la sala estaban diversas personalidades amigas de la familia, entre ellas muchas maestras del Conservatorio, como la violoncellista Annika Petrozzi y la percusionista Mabel García. También estaba el compositor Adolfo Polack y su hija Alicia, así como también muchos niños del Hogar Santa María, todos muy humildes y simpatiquísimos.
Silvia estaba en su féretro con una expresión triste, pero también de paz y serenidad en su dulce rostro que tantas veces había besado yo con inmenso cariño. Su expresión de tristeza quizá se debía al hecho de habernos dejado, súbitamente, en plena juventud y felicidad, y muy contra su voluntad. Llorando la contemplé largamente con profundo amor y devoción.
En un momento dado Andrés Prado entró a la sala con su guitarra acústica, diciendo:
-Le haremos música. Ha llegado bien. Nos espera.
Así lo esperaba yo también, pues creo, estoy convencido de la existencia del Más Allá.  www.nderf.org


Silvia entra por el túnel del tiempo rumbo a la luz para encontrarse con Dios y la eternidad.

Andrés tocó una música muy especial, pues era de su autoría. Acordes graves, imponentes que tomaron de sorpresa a los oyentes; las notas eran desgranadas sin descanso. Sin separación alguna iban cambiando, sin perder energía y hasta valentía. Era increíble el resultado. Detrás de toda la música había un dejo andino, ¿triste? No, incaico: lamento esperanzado, sonoro y franco. Cuando terminó de tocar, se acercó al ataúd de su hermanita y la miró largamente.
-Andrés, ha sido hermoso, un lamento andino -dijo mi mamá. Pero lamento no era la palabra exacta, sino reafirmación, mas bien, prueba rotunda de un Más Allá grandioso, valiente, indescriptible.
Este ambiente de música dominaba a todos, así era la casa de Silvia Prado Loayza; su ethos lo envolvía todo, con tres músicos, una biblioteca musical, tres pianos y dos teclados electrónicos a los cuales acabábamos de agregar el teclado MIDI, adquirido apenas dos días antes.
A las 3 p.m. cargamos los arreglos florales y sucedió lo que nunca me imaginé que fuera a suceder: que mi amada Silvia saliera de su casa en ataúd, muerta y en la flor de la juventud.
Pasando el Paseo La Castellana (continuación de la av. Aviación pasando el Óvalo Higuereta) llegamos a Surco Antiguo (zona llamada también Surco Viejo); más abajo, cruzando callecitas delgadas, llegamos al Cementerio Municipal de Chorrillos, que en realidad no está en Chorrillos sino en Surco, cerca de los centros de instrucción militar del Ejército y la Fuerza Aérea.
El entierro fue sencillo, sin ceremonias, rezos ni discursos. Fue silencioso el ritual de colocar el ataúd en el nicho. Mi hermano Mario quiso que yo dirigiera unas palabras, pero no pude. No pudimos llorar, ni siquiera su madre, pues los mosquitos abundaban debido a las flores de las lápidas y teníamos estar pegándonos cachetadas constantemente en las caras para evitar que nos acribillen y nos desangren.
Yo pernocté esa noche en la casa de Silvia, esta vez sin su dulce presencia, sin oír más su dulce vocecita de niñita tierna, sin recibir más su cariño, sus besos, caricias y extremadas atenciones.
Mi mamá y mi hermano regresaron a mi casa y, según me contaron después, encontraron a mi papá triste e inconsolable, el cual les dijo:
-No la hemos tenido nunca en casa, nunca la hemos escuchado tocar el piano. ¡Cuánto me arrepiento de que no hayamos sido hospitalarios con ella como lo fue su familia con Héctor!
Mas bien los noticieros dieron la triste noticia resaltando los grandes valores de Silvia, pianista y maestra de los niños que aprendían a valorar la música; también hablaron del amor de 15 años que ella tuvo conmigo, Héctor Guerrero Espinoza.


Por qué la muerte de Silvia fue por mala suerte
¿La muerte de Silvia fue una realidad impuesta por el destino como dijo el periodista del video? ¡No! Fue una tragedia que pude haber evitado si me hubiera quedado a dormir otra noche más en su casa; yo conozco a su familia y sé que fue un descuido mío.
Silvia era de constitución delgada, se fue a nadar casi en ayunas y en un día no muy caluroso, por eso se le paró el corazón. Si yo me hubiera quedado en su casa, habría estado presente y le habría conminado a que no vaya a la playa o a que desayune bien antes de hacerlo y habría ido con ella y evitado que esté tanto tiempo nadando, habría nadado junto con ella, en fin.
Algunos amigos tratan de tranquilizarme diciéndome que no podemos evitar las tragedias así este a nuestro alcance, que son cosas del destino, que no es responsabilidad mía; parece que con esos disparates irracionales y propios de una mente esotérica y astrológica trataran de exculparme para hacerme sentir mejor. Pero el destino que impone las cosas de tal o cual forma no existe; nosotros mismos construimos nuestro destino con nuestras acciones, errores y aciertos, y un error puede resultar fatal, como el que cometí yo y por el cual las cosas salieron así de mal; dicho error mío fue haber regresado a mi casa la noche anterior a la tragedia.
Me siento y soy responsable de la muerte de mi Silvia, pues conozco mis capacidades y sé que estando presente la habría cuidado, como siempre que nos veíamos y salíamos juntos. Tuve el mal tino de tomar la opción equivocada.
La mala suerte existe, la buena suerte no. Una persona inteligente no puede confiar que al comprarse un billete de lotería se la va a sacar, o haciendo ciertas cábalas. Pero cuando a uno le pasa algo trágico, allí sí que en algunos casos es por mala suerte, y ese fue mi caso.
No digo que las tragedias siempre sean por mala suerte; por ejemplo, si un borracho maneja y se accidenta, eso no sería mala suerte del borracho sino consecuencia lógica de su acción; la mala suerte sería la del conductor sobrio del otro automóvil que chocó con el del conductor ebrio. En cambio, si el borracho maneja y no se accidenta, eso sí sería buena suerte suya.

Desde que conocí a mi ideal de mujer, la pianista Beth (http://bethtocaelpiano.blogspot.com), uno de mis más grandes y caros anhelos fue conocer a una chica como ella que me quiera, Silvia en la vida real, y después introducirla en el mundo de la música electrónica y la tecnología musical. Y justo cuando acababa yo de cumplir ese sueño con Silvia, ella se me fue; murió justo al día siguiente de que se compró un teclado controlador MIDI con mi ayuda y orientación. ¡Qué terrible desgracia la mía!

Mi amor por Silvia no terminó, vivirá por siempre en las alas del tiempo
Esta frase tan profunda y trascendental que escribí en la tarjeta fúnebre de mi arreglo floral para el sepelio de Silvia. no es originalmente mía, pero se ajusta exactamente a mi caso.
Origen de la frase: "Our love doesn't end here. It lives forever on the wings of time".
Tributo a Jeff Porcaro (1954-1992), el gran baterista de la banda Toto.   www.totoofficial.com
La dulce y divina pianista Silvia Prado Loayza seguirá viviendo en mi corazón como mi tesoro más preciado. ¡Que Dios la bendiga, la proteja y la premie con lo mejor!


Silvia, amadísima y adorada angelita celestial en el Más Allá, tocando el piano en el Cielo.

Elegía a Silvia Prado Loayza
Estuviste entre nosotros y te ganaste mi corazón; tu mansedumbre, tu dulzura, tu inteligencia, tu bondad, tu elocuencia, tu belleza, tu profundidad espiritual y tu saber tocar el piano.
Tan sólo unos días después de que ingresamos juntos al Conservatorio fuiste mía y yo fui de ti. Al igual que Beth, eras tan terriblemente tierna, y por eso me inspiraste un amor que era y es como el mar en el cual te gustaba tanto nadar: inmenso y profundo. Me hiciste tan feliz con tu música y tu amor, y sé que yo también te hice muy feliz, pues siempre me lo decías: "Tú eres mi alegría y mi ángel de luz, mi amado Héctor".
Me dijiste con cariño una vez "¡Qué lindo, quiere compartir!" cuando notaste esa acción mía de mi parte con mucho amor.
Cuando nadabas feliz en el mar como mansa sirenita, esperando en el futuro nadar junto a tu Héctor Manuelito, tu corazoncito paró y el ángel de los sueños te llevó a la brisa.
La prensa criollita tergiversó los hechos y persiguió a tu familia tratando de jalarles la lengua, quizá para hacer de nuestro caso un nuevo caso Rosario-Ciro; dijeron erradamente que te ahogaste y que tu muerte fue algo impuesto por el destino, afirmación propia de una mente irracional, esotérica y horoscopienta.
Siempre dulce y atenta conmigo, te preocupabas mucho por mí cuando yo iba a tu casa y me dabas de comer, diciéndome: "¡No se me vaya a desmayar de hambre en el camino de regreso a su casa, mi Héctor Manuelito!" Pero no te preocupaste de ti misma al respecto, pues eras poco amiga del buen comer, y al final fuiste tú quien "se desmayó de hambre" cuando nadabas en el mar. Qué triste ironía del destino, destino que yo mismo construí con mi grave y fatal error de no hacer caso al mal presentimiento que tuve la noche anterior y haberte dejado en lugar de quedarme para prevenirte contra el peligro que tu preciosa vida estaba corriendo.
Silvia Prado, mi amor, te fuiste de este mundo para gran dolor de todos y de quien tanto te amó, tu Héctor Manuelito, como así me llamabas, quien hoy te llora a mares, como que fue en el mar de donde tu almita partió rumbo al Más Allá, y sin haberte ahogado.
Tus amigos ya no podrán escucharte tocar tu música; el pan de los pobres y humildes niños del Hogar Santa María tal vez de su mesa desaparecerá. ¡Adiós, mi dulce Silvia!
Pero sé que en realidad te encuentras a mi lado velándome como lo que eres, un ángel celestial que supo amarme de verdad, con tu entrega total en cuerpo y alma a mí, y como siempre me lo decías con tanta ternura y amor: "¡Lo adoro a mi Héctor Manuelito!"
Fuiste la Beth de mi vida, mi Silvia Marcelita, y nunca dejaré de amarte, pues como me decías tantas veces: "¡Lo nuestro es amor eterno, mi Héctor Manuelito!"


Silvia, ángel etéreo en el Más Allá, velando por su querida familia: sus padres Raimundo Prado y Silvia Loayza y su hermano mayor Andrés Prado.
 
Silvia en el Más Allá volando sobre la Costa Verde, Lima.

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